11. Ciencia y Género_Tarea 7

El concepto de divulgación implica la presencia de dos voluntades: por un lado la de enseñar, por el otro la de aprender. Si, efectivamente, es verdad que para que haya divulgación es necesario que exista quienes se encargan de llevar determinados datos a la población, no hay que olvidar que se supone que el acto comunicativo tiene que encontrar una mentes que demuestran cierta necesidad/capacidad de aceptar la nueva información. En el caso de las mujeres en los siglos XVII y XVIII, la cuestión resulta ser extremadamente interesante ya que supone la existencia no solo de un público que quería saber más sobre “cómo funciona el mundo”, sino de mujeres capaces de entender lo que se le venía explicando (demostración, quizás innecesaria, de que el cerebro femenino no era, como a veces se pensaba, inferior al masculino). La divulgación, entonces, permitía acceder a un conocimiento que le estaba vedado o casi a aquella parte de la población que definimos con la palabra “mujeres”; resulta, de todas formas, interesante notar que la divulgación se basaba sobre todo en la transmisión de conocimientos androcéntricos, lo cual implicaba una lectura del arte de las ciencias como si de algo casi totalmente masculino se tratara. Si por un lado encontramos a Sybilla Merian, por el otro hay grandes nombres como el de du Breteuil que no encontraron su merecido respeto. De todas formas, hay que notar que lentamente, gracias a la divulgación, se abre paso la idea según la cual las mujeres pueden no solo acceder a cierto tipo de conocimiento, sino también participar en él en mayor o menor medida (solucionando problemas, por ejemplo, como si de una demostración de las propia habilidades se tratara). Fue, en otras palabras, no un verdadero momento en el cual se reconoció el valor femenino, pero sí un primer paso hacia una concepción más ajustada de la paridad de género.