10. Introducción a historia de la Tierra y de la vida_Tarea 2


La historia de nuestro protón empieza hace 13’800 millones de años. No podemos saber lo que había antes, pero sí lo que sucedió después del Big Bang, cuando toda la materia y la energía, concentrada en un solo punto, comenzó a expandirse. Es solo después de 0.00001 segundos del Big Bang que nuestro protón se forma, cuando los quarks se agregan en grupos de tres.

El universo inicial en el cual se encontraba nuestro protón era homogéneo, y con su expansión las temperaturas empezaron a bajar drásticamente. Rodeado por un universo más frío, el protón pudo ver cómo aparecían las fuerzas de gravedad, la nuclear fuerte, la nuclear débil y la electromagnética. Los primeros núcleos atómicos se forman durante los cien primeros segundos después del Big Bang: aparecen los átomos de hidrógeno y de helio, pero los átomos resultan inestables, por la gran temperatura.

380’000 años después del Big Bang el universo se resfría, y se originan átomos estables. El universo es transparente, y la luz lo puede atravesar. Nuestro protón se encuentra ahora en una zona del universo más densa. Forma parte de una estrella. Con el pasar del tiempo, la masa de esta estrella aumenta, y con el aumentar de la presión y de la temperatura nacen nuevos átomos; nuestro protón, finalmente, es parte de uno de hierro. 

Lentamente la estrella se vuelve inestable. Se convierte en supernova y su explosión siembra sus átomos por el espacio, en una gran masa de polvo cósmico. Las nubes se condensan y los átomos, uniéndose, dan a luz los planetas de nuestro sistema solar, mientras que la masa con mayor densidad crea nuestro Sol. En el interior de nuestra Tierra, donde las temperaturas siguen altas, danza nuestro protón en su átomo de hierro.     


Bonus: aquí una versión más literaria, con la que unir la expresión artística y la ciencia.



Premisa


Como si de un cuento de hadas se tratara, pero sin hadas, sólido en su ser parte de un discurso que no tiene actores, en el cual el idioma que se usa es, sola y exclusivamente, el juego de las leyes físicas, naturales, leyes que se basan en sí mismas y que en sí mismas nacen sin nunca morir (ya que la muerte es un concepto humano, demostración de que a veces el conjunto de átomos inmortales no reconoce en sí su imposibilidad de desaparecer en cuanto materia – siempre existimos, siempre existiremos, y solo durante un periodo breve, insignificante, podemos decir que pensamos).

Como si, efectivamente, de un cuento sin palabras se tratara, sin texto, sin idioma, sin autor y sin lectores, en el cual nos queremos entrar sin que nadie nos haya invitado y, sin embargo, sin que nadie nos impida entrar ya que ni entradas ni salidas existen, y todo queda en la interpretación de leyes que viven sin que les importe el lento desvanecer de unas especies nacidas en un lugar cuya existencia es tan importante para sus habitantes como trivial para la materia de un cosmos sin ego. Existe, como existen los átomos, y esto es todo lo que importa. 


Relato


No existe el tiempo. Es un momento, la fracción de una fracción. El antes no importa, solo el presente. 13’800 millones de años, hacia el pasado, toda la energía, toda la materia, todo lo que será se encuentra en un único lugar, en un único punto material. 

Empieza la expansión: Big Bang (nombre elegido casi al azar, como si de una broma se tratara, obtenido de la necesidad humana de darle un nombre a todo). Allí, entre el todo, se encuentra la probabilidad de una parte minúscula, de un protón, de convertirse en el miembro de un átomo de hierro. Es una probabilidad que necesita tiempo, transformaciones, presencia de otros elementos, de un contexto que le permita llegar a tener aquella estructura con la que definirse y que un día tendrá que cambiar, despojándose, deslizándose, deshaciéndose y rehaciéndose. 

Hace 13’800 millones de años. Antes no había tiempo, después las eras, los siglos, las horas, los segundos empiezan a constituirse. Es un universo simple. Han pasado 0.00001 segundos. Se originan protones y neutrones. Presión y temperatura, los dos elementos en los que se encuentran las partículas de nuestro átomo de hierro (entre los billones de otras posibilidades que las rodean, entre las que nosotros mismos existimos como posible materia futura), y es allí que nuestro protón admira como sus compañeros lentamente cambian, y con la expansión del universo, este empieza a sentir una sensación de frío. Nacen la fuerza de gravedad, la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear débil, la fuerza nuclear fuerte. El átomo de hierro está allí: no existe en el momento, pero ya existe en el futuro (como ya existe su disolución). 

100 segundos es todo lo que ha pasado del Big Bang. Se han formado los primeros núcleos atómicos. La materia de la que formamos parte, la materia que somos (y no solo en cuanto cuerpos, sino en cuanto resultados de cuerpos que se crean, se unen, se alejan, se reencuentran), está allí. Tanto nuestro protón como las otras partículas que irán a formar un átomo de hierro, está cerca de las partículas que formarán la estrella más lejanas que podemos vislumbrar con nuestras herramientas, así como del último átomo que forma parte de la ceja más larga de nuestra cara. 

380’000 años después del Big Bang. Aparecen átomos estables, en los cuales los núcleos interaccionan con los electrones: el hidrógeno y el helio se distribuyen en el espacio. 380’000 años: la luz puede atravesar el universo. Empiezan a formarse las estrellas: la correcta densidad, la presión adecuada y la temperatura permiten convertir los átomos en plasma y dar lugar a reacciones de fusión nuclear. La atracción gravitatoria crea estrellas, las estrellas se unen en galaxias. Con la gravitación, en la fusión de los átomos, en el juego de presión y temperatura, las partículas de nuestro átomo de hierro se cruzan y se alejan las unas de las otras.

El átomo de hierro que duerme en el interior de nuestro planeta (un conjunto de átomos cuya importancia, ante la vastedad del cosmos, no alcanza ni la mínima parte de la de una hormiga en el discurso cultural de la vida humana) se genera en el interior de una estrella. Energía y aún más energía forman en el interior de los soles espaciales, las estrellas de la derivamos, los átomos que nos rodean, los átomos que también nosotros somos: carbono, oxígeno, cloro, hasta hierro. 

Es una explosión. La estrella ha llegado a su últimos momentos. Los átomos tiemblan, se mueven enloquecidos. La unidad se separa, la energía se desata, sale de los límites de su composición física, de su cuerpo, de su forma, a veces casi fluida, de estrella. La supernova distribuye con su muerte los átomos que contenía. Nuestro protón de nuestro átomo de hierro navega por el espacio, rodeado por otros elementos a los que se acerca y de los que se aleja, en un baile de leyes universales. La gravedad vuelve a abrir su boca: los átomos se unen, codo a codo, y se condensan en nueva materia. La masa mayor se convierte en Sol, otras se estructuran en los planetas. 

Silencioso, nuestro átomo de hierro se posiciona en una distancia precisa del Sol. Lentamente, como si el tiempo no pasara nunca, se deja rodear por otros átomos de hierro, a su vez rodeados por átomos de otros elementos. Descansa, nuestro átomo, en el interior de un planeta que se forma hasta tener un espacio interior y un espacio exterior. Nuestro protón, ahora parte de un conjunto, multiplica su presencia en cuanto elemento de un planeta, parte de un sistema solar, parte de una galaxia, parte de un universo en expansión, en movimiento, espacio en el cual todo se aleja, se separa, y al mismo tiempo se une, se entremezcla, como si la unidad inicial quisiera reafirmar su presencia en una entropía universal en la que todo lo que fue es, y todo lo que será ya fue. 

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