10. Introducción a historia de la Tierra y de la vida_Tarea 4.2


Imaginemos por un segundo que detrás de una esquina se esconde un depredador. No sabemos cómo, pero un león anda por la ciudad y ahora está a la espera de que alguien se acerque. Imaginemos que este “alguien” somos nosotros, que estamos caminando como si nada fuera. Hay dos opciones: en la primera, alguien nos grita desde una ventana que estamos a punto de ser devorados por un león, mientras que, en la otra, no es posible ninguna comunicación directa. En otras palabras, en la segunda opción no existen idiomas humanos. Caminaremos sin saber lo que está a punto de pasar y, a la vuelta de la esquina, nuestra vida terminará violentamente. 

Es un ejemplo muy simple, con muchos agujeros de guión. Efectivamente, podríamos también escapar a la muerte si desde una ventana alguien gritara sonidos sin sentido y nos indicara, con sus manos, que tenemos que huir. Sin embargo, ¿no tendríamos que saber cómo indicar que hay que huir? Y, cosa más importante, ¿existirían ventanas si el ser humano no supiera hablar, o sea comunicarse informaciones los unos con los otros? En este caso, propongo otro ejemplo: dejemos por un lado la voz, con sus palabras, y acerquémonos a la necesidad de conducir por las calles de una ciudad. ¿Cómo podemos movernos, efectivamente? ¿Acaso no son necesarios todos los símbolos que nos indican dónde estamos, a dónde tenemos que ir, dónde aparcar? El simple hecho de saber interpretar un semáforo nos permite no tener accidentes.

Se trata, en este caso, de una serie de consideraciones que ponen en marcha una interpretación de la cultura como producto del ser humano con el cual es posible construir una sociedad y vivir en ella. Estaríamos, efectivamente, en el seno de la teoría de Darwin ya que el lema principal sería la supervivencia del más apto, de quienes logran tener una relación positiva (o, por lo menos, no catastrófica) con su contexto (el medio ambiente en que se vive y que, en algunos casos, podemos adaptar a nuestras necesidades). La cultura, por esta razón, demuestra ser una herramienta de gran importancia en lo que a la especie humana se refiere en el marco de la supervivencia. Sin embargo, ¿es posible decir que la cultura tiene también un valor biológico? 

Para darle una respuesta a esta última pregunta, podemos seguir nuestro análisis tratando de la selección sexual, un argumento de primera importancia en el segundo libro de Darwin, aquel Descent of Man que es la prosecución del discurso abierto con Origin. Efectivamente, uno de los elementos que dejaba perplimido a nuestro científico era la presencia de miembros de una especie que, si bien mostraban carencias desde un punto de vista de adaptación, sí lograban transmitir sus genes. El ejemplo del pavo real es emblemático. Se supone, entonces, que lo mismo podría funcionar también en el caso del ser humano, lo cual, de todas formas, seguiría situándonos en el marco de lo estrictamente, biológico.

El elemento cultural de lo estético, de lo sensualmente placentero (a la vista, por ejemplo), se inserta en realidad de forma directa. Si nuestro cuerpo tiene determinadas características, en realidad la cultura puede aumentar o disminuir su valor global:


a) podemos, por ejemplo, utilizar determinados vestidos que nos ponen en el marco de un determinado sub-grupo humano (piénsese en las reglas del vestuario de los dark, de los que escuchan rap, o tan solo de los profesores de universidad) y de allí intentar encontrar una pareja


b) podemos aumentar nuestro atractivo utilizando perfumes, algo que no forma parte de nuestro ser estrictamente biológico, o tan solo cambiando el color de nuestro pelo o su forma


c) podemos falsear la percepción que los otros tienen de nosotros, a través de implantes, por ejemplo, lo cual lleva a que no nos descarten por nuestros defectos físicos (piénsese en los dientes, o, para la mayoría de los hombres con nuestras fobias que poca importancia tienen para las mujeres, el pelo)


La presencia del ser humano en una sociedad que se funda sobre elementos culturales, entonces, permite una variación en lo que a la simple transmisión genética por cuestiones biológicas se refiere. En cuanto parte de una sociedad, de un über-grupo, cada uno de nosotros no puede basar su capacidad de encontrar pareja solo en lo que la naturaleza le ha dado, sino que, efectivamente, hay que tener en cuenta también el conjunto de requerimientos culturales que se les piden a los miembros de la sociedad misma, tanto desde un punto de vista global (lo que nos une a todos, como, se espera, el hecho de tener un cuerpo limpio) como desde uno local (los sub-grupos de arriba, en los que hay leyes diferentes, como puede ser el hecho de que normalmente los cristianos se casan con los cristianos, y los ateos nos casamos con los ateos).

La cultura, entonces, lleva a que haya posibles cambios estructurales en lo que a la transmisión genética se refiere y, obviamente, esto implica un cambio estructural en la composición de una población que no puede ser solo de carácter biológico, o sea en conexión con el cuerpo, exclusiva y únicamente con lo físico. La elección de una pareja, de hecho, no se basa solo en el placer estético (que, como hemos visto, depende también en parte de la pertenencia a un grupo o sub-grupo, así como a la observancia de una leyes fundamentales compartidas por toda la población, como, se espera, la limpieza), sino también en cuestiones que tienen un matiz cultural; repitámoslo, es más fácil que dos personas que comparten las mismas ideas sean amigas o que se casen, mientras que personas que se repulsan desde un punto de vista mental normalmente excluyen categóricamente la posibilidad de tener hijos.

Si volvemos a la cuestión de los idiomas con la que hemos abierto este ensayo, veremos que efectivamente la transmisión cultural implica un cambio radical en la manera de transmitir nuestros genes. La evolución biológica es influenciada por las leyes de nuestras naciones, por ejemplo, ya que en la naturaleza no existe la idea de llevar a una persona a la prisión (y así no permitirle tener hijos durante cierto tiempo), y las leyes no son otra cosa que una transmisión de palabras (sin idiomas se supone que no se tendrían leyes muy sofisticadas como las nuestras).

Y, siempre gracias al hecho de hablar, podemos salvar vidas que de otra manera desaparecerían de nuestro genetic pool. Pensemos en quienes padecen problemas con parte de su físico y en cómo los doctores logran curarlos gracias a la transmisión de conocimiento especializado; baste, como ejemplo, el uso de las vacunas que (a) han necesitado una discusión entre los especialista para llegar a un resultado óptimo y (b) han necesitado una “educación” a ellas para que la población pudiera acercarse sin grandes problemas (tan solo el hecho de definir lo que es una “vacuna” implica la necesidad de hablar, de comunicar).

De todas formas, un elemento cultural interesante en lo que a la evolución de los seres humanos se refiere puede ser el movimiento que vemos entre los diferentes pueblos. Imaginemos que Z es el hijo de X y de W. W es española, X es japonés. Hace unos centenares de años probablemente las posibilidades de que X naciera habrían sido bastante bajas: hoy esto es posible porque W ha estudiado japonés en la universidad y ha comprado un billete (avión) para ir a Japón, donde ha encontrado a X. El estudio de la lengua es algo de carácter cultural, así como cultural es el avión en cuanto producto de las habilidades humanas (y no hay que olvidar que el hecho de volar es debido a la voluntad del hombre de moverse por la tierra, de descubrir nuevos inventos). La presencia de Z en cuanto encuentro de dos padres con genes ligeramente diferentes solo es posible gracias a la cultura.

¿Cuáles son, entonces, los efectos de la cultura sobre la evolución? Hay dos respuestas. La primera, que es la más negativa, nos indica que elementos que hubieran tenido que desaparecer para mejorar la especie siguen presentes en nuestra sociedad, y por esta razón podrían crear daños (personas con enfermedades que logran escapar a la muerte y “producir” hijos e hijas). La segunda, que es la más positiva (personalmente la reputo la más correcta), se basa en el hecho de que la cultura es un producto natural, neutro (la naturaleza es neutra, no concibe ni bien ni mal), y que, por esta razón, es una simple herramienta que podemos usar. Somos nosotros, entonces, los que tenemos que decidir si las leyes de nuestra cultura (no solo las leyes legales, sino las que reglan nuestros comportamientos, nuestras relaciones) van a ser usadas para ayudar a nuestra especie o para destruirla. Al fin y al cabo, cuando abrimos nuestras bocas es posible tanto hacerle daño a una persona como regalarle nuestra compasión. 


p.s. : si fuera necesario pensar en otros ejemplos, es posible tener en cuenta la cuestión “Japón y  comida”. Sabemos que la estructura de nuestros cuerpos depende también de los elementos que comemos. Por esta razón, podemos afirmar que la elección de prohibir la carne como elemento de la dieta de toda la población durante casi doce siglos (link) provocó un cambio en la constitución física de los habitantes de esta isla. Las razones que llevaron a esto fueron de carácter religioso. Aquí es posible ver como la cultura puede influir directa y profundamente también en los cambios genéticos. (Para un estudio sobre la importancia de la carne, véase : link )

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