10. Introducción a historia de la Tierra y de la vida_Tarea 5


La cuestión de qué se puede pensar sin recurrir al lenguaje nos lleva a un resultado claro: sin lenguaje resulta casi imposible pensar. Hay que dejar atrás el hábito de usar las palabras en el interior de nuestra calavera, y controlar lo que efectivamente se puede hacer sin recurrir al acto de nombrar cada sensación, cada elemento natural, cada estructura lógica (los “pero”, “y”, “o”, etc.). Lo que sí me parece posible hacer es sentir, dejar que mi cuerpo se relacione con mis emociones; no es necesario, entonces, usar las palabras. Sentir frío es algo que podemos experimentar sin necesidad de usar la palabra “frío”, sin embargo, esto puede funcionar solo en el instante, en el aquí y ahora.

Intento explicarme mejor. Si es correcto decir que “siento” sin necesidad de nombrar las sensaciones, esto solo es posible en relación con el contexto en el cual me encuentro. Si salgo de mi cuarto, ahora, y me pongo a mirar el cielo nublado, puedo experimentar la sensación de frío (tenemos solo pocos grados en esta tarde de marzo). Sin embargo, me resulta imposible pensar en relación con mi pasado y mi futuro, o, mejor dicho, me resulta muy difícil relacionarme con sensaciones que acaban de terminar o que se sitúan en el pasado lejano, así como me parece difícil, o más bien imposible, pensar en el futuro, en el hecho de poner en marcha una serie de estrategias que me permitan relacionarme tan solo con el “dentro de dos horas”. 

Me parece que la falta de lenguaje solo me ayuda a relacionarme en manera muy estrecha y reducida con el presente y con el binomio pasado/futuro, sí, pero solo de forma muy restringida: es como si no fuera posible ir más allá de un límite temporal. La única posibilidad que tengo de conectarme con un pasado lejano es si la sensación es muy fuerte, como si el choque (la gran felicidad, la gran depresión, el gran dolor físico) fuera la única manera de señalar una relación con algo que fue. Ir más allá de los límites temporales me resulta irrealizable, así como inverosímil me resulta pensar en momentos que se alejan de mi yo: sin lenguaje solo existe mi persona y no las otras, a menos que las relacione con la experiencia de interpretar las expresiones de las caras, los olores, los ademanes. 

Niego que, sin el lenguaje, sería posible transmitir nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras sensaciones. Es solo a través del intercambio de informaciones constituido por la presencia de léxico y de gramática que podemos actuar en relación con la sociedad, llegando así a crear formas más refinadas de ella, así como a poner en marcha la estructura humana a la que le damos el nombre de cultura. Si no fuera posible comunicar a través del lenguaje, no podríamos señalar determinadas condiciones de nuestro contexto, no solo exterior (la naturaleza, el mundo en el que vivimos), sino interior (qué tipo de dolor sentimos, qué emociones nacen dentro de nosotros). Las palabras permiten jugar tanto con el tiempo como con el espacio.

Las reglas del juego, las que permiten vivir entre nosotros, necesitan entones su léxico, su gramática. Las indicaciones que damos en relación con el cuando y el donde no pueden sino basarse en la posibilidad de darle a estos dos principios los elementos lingüísticos necesarios para su interpretación. La sociedad misma, el conjunto de los elementos que componen “lo humano”, se basa en el intercambio de informaciones y en la puesta en marcha de unas coordinadas temporales y espaciales, con las que podemos viajar sin tener que desplazarnos, y, al mismo tiempo, dialogar con los que nos precedieron y los que vendrán después de nosotros, no solo en términos reducidos (una o dos generaciones) sino en el marco de siglos, de milenios. Sin el lenguaje todo esto no sería posible y el progreso humano, aquella forma que nos lleva a definir lo que es bueno y lo que es malo, solo puede depender de él.

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