08. Filosofía, ciencia y literatura_Tarea 2


El transhumanismo, según las palabras de Antonio Diéguez, sería “la búsqueda del mejoramiento humano […] mediante procedimientos tecnológicos, en especial a través de las biotecnologías, de la robótica y de la inteligencia artificial” (Diéguez 2018, 52). Una visión, esta, que se inserta en un discurso más amplio que remonta al nacimiento del ser humano: el fuego, invención primordial de tremendo impacto, es, de por sí, un elemento de carácter proto-transhumanista, ya que, por ejemplo, nos ayudó no solo a vivir en lugares más fríos, sino que fue fundamental en lo que a nuestra dieta se refiere: de carne cruda a carne cocida. 

Otros elementos de este tipo, o sea proto- o ur-transhumanista son las gafas, las medicinas que creamos en los laboratorios (y no tienen que ser los modernos, podemos volver al antiguo Egipto, por ejemplo), o tan solo las muletas o las sillas de ruedas. Como afirma Bostrom, “El deseo humano de adquirir nuevas capacidades es tan antiguo como nuestra especie misma” (Bostrom 2011, 157). Los mecanismos más refinados del transhumanismo se insertan en los grandes desarrollos técnicos que estamos viviendo, y, como explica Bostrom en su video, esto lleva a pensar también en una relación hombre-máquina en la que la segunda logra obtener un grado intelectual muy elevado, quizás mayor que el nuestro. Una visión, esta, que nos lleva a 1920 con la aparición en los teatros de la obra de Karel Capek, aquel R.U.R. que dio lugar al uso de la palabra “robot”, y que presentaba problemas que hoy en día leemos como si fueran algo al que nos estamos acercando (por supuesto, la crítica de Capek estaba en contra del comunismo, sin embargo la elección de su contexto narrativo no puede sino demostrar lo importante que para él era el juego de la tecnología).

Los robots, entonces, no funcionan como elementos “otros”, sino como demostración de que, efectivamente, razas diferentes pueden nacer capaces de suplantar al hombre. Si vamos más atrás respecto de Capek, por ejemplo, podemos leer en Erewhon de Samuel Butler cómo la metáfora de Paley (the watchmaker) se convierte en una fobia que impone a los erewhonianos la destrucción de casi cualquier tipo de tecnología, por miedo a que las máquinas evolucionen y los conviertan en sus esclavos. Este juego darwiniano, que ya había aparecido en un artículo de nuestro escritor británico durante en su estancia en Nueva Zelanda, se transmuta en un miedo de ciencia ficción con el Do Androids Dream of Electric Sheep? de Philip Dick. El problema de la inteligencia artificial se une a la creación de personas artificiales quienes no tienen aquella característica humana típica a la que llamamos compasión. Algo similar es lo que vemos en 2001 de Arthur C. Clarke, donde la inteligencia artificial, esta vez sin cuerpo humano, asume el rol del malo, con algunas consecuencias de carácter filosófico: si la IA puede pensar, y si matamos a una IA, ¿acaso estamos cometiendo un delito? ¿Estamos matando a un ser “vivo”?

Visiones menos negativas son las de la ciencia ficción de Asimov quien permite vislumbrar un futuro menos terrible. Sus robots sí tienen sus problemas, sin embargo su presencia forma parte de una sociedad humana que ha logrado usarlos para sus fines y que, sabiendo lo peligrosos que podrían ser, ha creado las famosas tres leyes. En I, Robot, una serie de cuentos breves, los seres mecánicos presentan una inteligencia muy avanzada y su estatus no es tanto el de esclavos, sino de servidores con los que, a veces, es posible tener también una relación entre pares. Los robots y los andróides parecen también en el mundo de los cómics, como podemos ver en el caso de Alita, o en otras series de ciencia ficción, como Astro Boy y su homenaje más reciente, Pluto

Sin embargo, otro aspecto del transhumanismo, el uso de la biotecnología, tiene un representante de gran importancia en la literatura. Efectivamente, Huxley nos presenta un mundo casi paradisíaco en su Brave New World en el cual es posible usar la técnica y las tecnologías para crear seres humanos avanzados, por lo menos desde un punto de vista genético (la cuestión ética, entonces, se inserta también en si existe la posibilidad de crear personas moralmente “buenas”). De carácter más cibernético es, por su parte, la obra narrativa de William Gibson, quien nos muestra un mundo en el cual los seres humanos se conectan directa y casi meta-biológicamente con el ciberespacio, y usan la tecnología para mejorar parte(s) de sus cuerpos, un mundo narrativo, este, que gran fortuna va a tener en el cine (Matrix) y en las narraciones interactivas (los videojuegos). 

El mundo de los cuentos ficticios, como podemos ver, está repleto de episodios en los cuales se pone de manifiesto la necesidad de entablar un discurso sobre la tecnología, las biotecnologías y la inteligencia artificial. En su I Have No Mouth and I Must Scream, por ejemplo, Harlan Ellison nos presenta lo que, efectivamente, es una evolución del concepto de monstruosidad: el problema no es la evolución de la IA, sino el hecho de que esta se estructure en una serie de pensamientos de carácter sádico. El objetivo de la ciencia ficción, entonces, como de toda buena literatura, es llevarnos a una situación de “what if” con la que poner en marcha una serie de propuestas en relación con nuestro futuro. El transhumanismo, de hecho, es solo una posibilidad, sin embargo elementos de su  visión global ya forman parte de nuestro presente, que nos guste o menos, como la relación hombre-máquina, siempre más profunda, y la de la inteligencia artificial. 

¿Cuál va a ser, entonces, el futuro de la humanidad y de su relación con la tecnología? En los cambios evolutivos, en lo que efectivamente es un desarrollo natural, el ser humano ha insertado un carácter teleológico, de verdadero progreso ad quem, dejando por un lado el azar de la naturaleza. Sin embargo, nos damos cuenta, días tras días, de que en cuanto seres biológicos tenemos muchas debilidades, como el envejecimiento y los problemas que comporta; la literatura, entonces, nos ayuda a tener una lectura no solo del presente sino del futuro, y nos pide que actuemos desde nuestro “ahora” para que podamos analizar nuestro contexto y permitir el nacimiento de una vida mejor para nuestras generaciones futuras. 

La tecnología, entonces, y los mecanismos del transhumanismo se nos presentan, en las obras de los autores citados (así como de muchos otros), como herramientas, como elementos que podemos utilizar para alcanzar un resultado. Lo que los autores nos piden es que pensemos sobre el valor que estas herramientas pueden tener. Si por un lado el futuro puede ser un cataclismo entrópico, con el caos de la biotecnología y de los andróides o de los robots sádicos (o menos), por el otro es posible vislumbrar una pizca de esperanza, la posibilidad de que la tecnología y el concepto de transhumanismo, basados en la racionalidad y en la compasión, podrían ayudarnos a convertirnos en la mejor versión que la humanidad tiene de sí misma. 

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