07. Conocimiento y valores_Tarea 5


En su artículo sobre la ciencia y los valores epistémicos/no-epistémicos que forman parte de su realidad, la filósofa Susan Haack nos pone ante un problema de gran importancia: efectivamente, ¿cuánto peso tienen los elementos culturales en la ciencia? ¿Existe lo que llamamos ciencia en cuanto investigación neutra, o siempre estamos ante la presencia de elementos que salen de lo que imaginamos ser el proceso de investigación? O, usando palabras más fuertes y que Haack nos presenta como el punto fundamental de la cuestión, ¿es posible llegar a la verdad o hay que hablar de verdades, de puntos de vista diferentes?

Si partimos desde esta última consideración, no podemos negar que existen miradas que dependen del tipo de ojos con los que se mire. La manera de leer un texto (se define aquí con “texto” todo lo que puede ser interpretado por el ser humano en cuanto agente que se relaciona con el contexto en el cual vive, o sea que “texto” puede ser tanto un texto escrito de cualquier dimensión como una charla entre amigos, así como la lectura del movimiento del sol) supone una serie de reglas con las que la lectura misma puede ser llevada a cabo. Esto implica, de por sí, que diferentes maneras de “ver” llevan a resultados diferentes. La pregunta es tanto cuán diferentes son estas maneras como si es posible, de todas formas, tener un mismo cuadro de la situación.

Pensemos, por ejemplo, en el significado de “muy alto”. Cuando nos relacionamos con una persona de 1,80 metros, ¿cuál es la definición correcta? La interpretación del texto “1,80 metros” en el caso de personas de 1,60 de altura no es la misma que en el caso de personas de 1,77: en el primer caso se puede decir que 1,80 se relaciona con “muy alto”, mientras que no tendría sentido en el segundo caso y solo se podría hablar de “alto”. La definición que damos del texto “1,80” varía, entonces, según quien mire, según el interpretador. Es posible encontrar matices de este tipo en cualquier parte de las culturas humanas, y son las que definen nuestra relación con el contexto en el cual vivimos.

Sin embargo, una lectura de este tipo olvida un punto fundamental: el hecho de definir a una persona con “alto” o “muy alto” presupone, primero, el hecho de compartir el significado de “alto”, o sea de “con una altura superior a”. Tener la misma definición “neutra” implica entonces que nos podemos relacionar y, efectivamente, esto lleva a que se pueda hablar “el mismo idioma”: no hay realidades diferentes, sino definiciones que pueden variar desde un punto de vista no cuantitativo sino cualitativo. Además, definir a una persona como “alta” o “muy alta” no puede cambiar el hecho de medir esta persona un metro y ochenta. Si definimos el juicio “alto – muy alto” como no epistémico, esto nos lleva a notar cómo el valor epistémico “1,80 metros” supone una correlación clara con lo que definimos la realidad (sin comillas, como nos propone Haack).

Es posible afirmar, por supuesto, que decir “1,80 metros” ya implica de por sí un lenguaje arbitrario, ya que “1,80 metros” se refiere a un punto de vista humano, no natural. Una cuestión, esta, que nos lleva también a preguntar qué es lo que se define como natural. Todo es naturaleza, lo cual implica que nosotros y nuestros productos somos parte de ella. Sin embargo, se podría definir como “no estrictamente natural” todo lo que proviene solo de la cultura humana, o sea lo que solo puede interpretarse y leerse a través del hombre y de sus herramientas mentales. Una idea de la que justamente no podemos deshacernos, pero que no implica grandes problemas: la interpretación está hecha en un lenguaje humano, por supuesto, pero este lenguaje (a) intenta utilizar un carácter denotativo y no connotativo y (b) siempre tiende a referirse al contexto, o sea que su objeto de análisis no se encuentra en el lenguaje, sino fuera de él. Se trata de una distinción fundamental que pone de manifiesto la importancia de saber cómo clasificar nuestras proposiciones (lo que decimos sobre algo), y que se inserta en parte en el discurso “epistémico” y “no epistémico”.

Antes de proseguir, y teniendo en cuenta el discurso de Haack, hay que definir la cuestión de la realidad y de la “realidad”. Haack, efectivamente, explica que la primera, sin comillas, se refiere no solo a la idea de que algo real existe, sino que es posible acercarse a ella y analizarla, leerla, interpretarla. Si utilizamos las comillas, en cambio, seríamos partidarios de la idea según la cual la realidad podría sí existir (y, de hecho, existe), sin embargo no solo no es posible decir si la hemos agarrada, sino que cada persona tiene derecho a utilizar su patrón interpretativo y presentar así lecturas no solo diferentes sino, cada una, legítimas. En ambos casos se afirma la existencia de algo “externo”, de un contexto en el cual vivimos; ¿cómo decidir, entonces, cuál de los dos puntos de vista es mejor?

Una visión pragmática nos lleva a pensar que es el primero el que más lógica y racionalidad tiene. Efectivamente, si todos tuviéramos una interpretación diferente, personal, esto llevaría a una incomunicabildad completa; sin embargo, los partidarios de una interpretación diferente de la realidad no pueden sustraerse a definiciones casi draconianas, so pena de dejar libre a cualquier violador por el simple hecho de que según sus cánones él no habría cometido ningún tipo de violencia. Un relativismo extremo no puede sino convertirse en un callejón sin salida, un laberinto del cual es imposible escaparse. De todas formas, en el mundo científico lo que se intenta hacer es hablar de “el hecho”, de interpretarlo según patrones que se insertan en un juego de fiabilidad basado no en la fe sino en la posibilidad de ponerlos a prueba, de controlarlos, de analizarlos, hasta de desmontarlos para después re-montarlos (valores epistémicos). 

El discurso científico, efectivamente, no es una simple valoración de la naturaleza, sino un estudio profundo de sus componentes. Los valores epistémicos no son de carácter arbitrario (bueno, todo es arbitrario ya que el ser humano tiene características locales, no universales, sin embargo estaríamos más ante un juego de palabras que ante una cuestión efectivamente real, una cavilación), sino que son los productos (y también los productores) de un discurso en el cual converge la idea de (a) hablar un lenguaje común de carácter denotativo y (b) investigar según la idea de que cada afirmación tiene que basarse en una lectura predictiva de la realidad tanto directa como indirectamente. Las hipótesis y las teorías, en otras palabras, no son productos del azar, sino el hecho de seguir unas lineas de comportamiento en la investigación (otra vez, los valores epistémicos), algo que supone la posibilidad de evaluar estos comportamientos según los resultados obtenidos (y no se trata solo de una cuestión pragmática, sino de resultados en función de la lectura de la naturaleza y, como hemos mencionado, de su capacidad de predecir, sin olvidar las cuestiones popperianas).

La pregunta que nos interesa, y que está en la base de este ensayo, no es entonces si la ciencia se basa en valores epistémicos compartidos por sus actores, ni si hay o menos valores no epistémicos, sino cuánto influyen estos últimos. Tomemos el ejemplo de la presencia femenina en el marco de la investigación científica (véase el ensayo anterior con las lecturas de Mary Beard). ¿El hecho de tener un punto de vista de género implica o menos cambios radicales en la manera de “ver” la naturaleza? Más allá de los cambios en la percepción de la ciencia en la sociedad (científicos homosexuales, heterosexuales, bisexuales, así como mujeres, hombres, y transgender, todo esto supone la demostración de que hacer ciencia es algo que nos pertenece a todos), la cuestión es si los valores no epistémicos tienen su importancia en el marco del conocimiento científico.

Es posible contestar positivamente a esta pregunta, y no porque los valores no espistémicos cambien radicalmente los epistémicos, sino porque, en nuestro ejemplo, la presencia del mundo femenino implica el nacimiento de nuevas posibles lineas de investigación que a un hombre podrían no parecerle importantes o que ni habían sido consideradas. El cambio, entonces, no es cualitativo, sino cuantitativo, y el resultado es un conocimiento mayor ya que los valores epistémicos siguen vigentes y reglan la investigación científica. 

La pregunta principal, sin embargo, es si en realidad los valores no epistémicos tienen una importancia cualitativa en relación con el proceso de estudio científico, o sea si la idea según la cual los valores epistémicos ya bastan de por sí (idea que se inserta en la cuestión de “verdad” y verdad, así como la expone Haack) no sería errada, y si efectivamente hay que hablar de ciencias diferentes según los diferentes puntos de vista, como puede ser la ciencia femenina, la ciencia feminista, la ciencia masculina, la ciencia gay, o tan solo la ciencia italiana, la ciencia francesa, la ciencia marrueca, etc. 

Propongo, para contestar a esta cuestión, controlar si hay limites en los valores no epistémicos. También los partidarios más extremos de estos últimos, supongo, tendrán que afirmar que no tiene sentido tener en cuenta, en la investigación científica, si nuestros científicos y nuestras científicas tienen el pelo moreno o rubio, o los ojos claros u oscuros. Lo que esto implica es que hay bases sobre las que se definen los valores no epistémicos, o sea una serie de consideraciones ya de por sí lógicas y racionales. ¿Por qué aceptamos la bondad de unos valores y no la de otros?

Todo esto nos lleva a (re)controlar el ejemplo con el que hemos empezado. La realidad de medir “1,80” y la lectura que se hace, “alto” o “muy alto” (algunos dirían también “bajo” o “más bajo que yo”), suponen la presencia de dos elementos: el connotativo y el denotativo. La investigación científica se basa (o supone basarse) en el segundo, y si bien reconoce la importancia de los valores no epistémicos, pone también de manifiesto cómo estos no pueden ser aceptados acríticamente. Si mi objetivo es medir la población de una ciudad, consideraciones sobre la percepción que el científico tiene de sus miembros poca importancia tienen.


Conclusión :


¿Es correcto hablar de la presencia de valores no espistémicos en la ciencia? Por supuesto, ya que estos forman parte de la constitución psicológica los miembros de la ciencia, los científicos y las científicas mismas. Sin embargo, la influencia de estos valores sobre el progreso de la ciencia no puede ser cuantificada fácilmente: la apertura de la ciencia a las mujeres supuso un aumento del conocimiento, por lo menos en su cantidad, así como de la posibilidad de investigar temas nuevos. ¿Los valores no espistémicos, entonces, influyen así directamente?

Encontrar una respuesta clara, definitiva, puede ser muy difícil, ya que se estaría hablando de un conjunto de ideas que varían mucho entre ellas. Es un problema muy complicado, con lo cual no se quiere rechazar cualquier intento de encontrar una solución. Lo más importante que a lo mejor hay que tener en cuenta es que la ciencia no es solo un producto cultural, conectado con los diferentes puntos de vista de sus muchos miembros, sino que se basa en una serie de reglas internas, democráticas, que permiten su análisis y su arreglo mientras que se mantenga la idea principal, nuclear, de análisis del mundo. 

Es una pregunta no correcta la de si los valores no epistémicos influyen o menos. Depende, efectivamente, del tipo de valor, y no solo, como hemos explicado, por una cuestión de importancia (el color de los ojos y el hecho de ser mujer), sino porque las cuestiones pueden variar según el tipo de investigación que se lleve a cabo. Habría que evaluar cada caso según su misma manera de ser, lo cual, de todas formas, nos llevaría a preguntarnos según cuáles bases estaríamos formando nuestro juicio. Y esto, quizás, es la solución más directa: los valores no epistémicos tienen que tener su importancia en el contexto mismo del conocimiento científico. Su presencia y su influjo, en otras palabras, tiene que demostrar un aumento del conocimiento, y un acercamiento a la verdad, a lo que es real, a una correcta interpretación de la naturaleza. Y esto no puede sino llevarnos a afirmar, con Haack, que ante la presencia de la “verdad”, no hay que tenerle miedo a la verdad.

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