07. Conocimiento y valores_Tarea 4


La cuestión de los valores epistémicos y no espistémicos se inserta en la relación que se abre entre los dos, o sea, para mejor aclarar el problema, en si es correcto hablar de dos esferas separadas o de si las dos se juntan, se entremezclan, y si, en el resultado de este diálogo, es posible vislumbrar una visión más unitaria. En palabras más llanas, los dos tipos de valores podrían tener una relación simbiótica, o casi, y por esta razón sería correcto defender la tesis según la cual los valores no espistémicos podrían influir sobre los epistémicos. Desde un punto de vista personal, no se sostiene aquí que los valores epistémicos están sujetos a los no espistémicos, sino que la relación que se establece entre los dos podría llevar a resultados diferentes aun cuando se defina una investigación según criterios solo epistémicos. No es, dicho de forma diferente, una cuestión así clara, y presuponer que los valores no epistémicos son el eje central de la ciencia o de cualquier tipo de investigación que se declare científica no es correcto, así como no resultaría del todo acertado definir la ciencia solo en función de sus valores epistémicos.

El ejemplo sobre el que quisiera basarme es el de Mary Anning, lo cual nos permite acercarnos al discurso de la filósofa Miranda Fricker y a las consideraciones de Mary Beard (2018). Según Fricker, es posible hablar de injusticia epistémicas en relación con el concepto de testimonio: de forma más precisa, la filósofa nos muestra cómo a veces la decisión de darles importancia a algunas opiniones, ideas o tan solo palabras podría estar sujeta a la boca o a la mano de la que provienen. Su discurso se inserta así en la cuestión de darles o menos la posibilidad de “hablar”, en este caso, a las mujeres, una cuestión, esta, que nos recuerda a Spivak y su tesis sobre los subalternos. El discurso de Fricker, de todas, maneras, intenta tomar un punto de vista que se basa en la relación entre lo epistémico y lo no epistémico.

Efectivamente, la cuestión resulta ser, desde un punto de vista estructural, muy sencilla: la persona X emite un juicio sobre el problema Y, y lo hace utilizando las “reglas del juego”, o sea siguiendo los requisitos necesarios para hablar. Desde este punto de vista, entonces, no hay razón de descartar sus proposiciones, exactamente como, en el caso de Mary Anning (véase más adelante), no había razón de descartar sus aportaciones en relación con el estudio de los fósiles. Desafortunadamente, según Fricker, es posible que X no llegue a ser considerado como elemento capaz de emitir juicios y no por razones epistémicas, ya que, como hemos subrayado, X sigue las reglas del juego: la motivación que causa el rechazo se encuentra, entonces, en el hecho de ser un elemento rechazado a priori, o sea que, por su misma manera de ser (más bien, por su mismo ser, por su mismo existir en cuanto X), le está prohibido el elemento de “confianza epistémica”.

En el caso de Fricker y, sobre todo, de Beard, la cuestión, más precisamente, se define como el hecho de rechazar las aportaciones en determinados discurso por parte de mujeres, y esto solo por el hecho de ser los productos de mujeres. Los valore no espistémicos de machismo y chauvinismo, valores obviamente negativos, se insertan así en el marco del discurso científico, por ejemplo, e impiden que una mujer pueda hablar, pueda, en otras palabras, tener derecho a participar en el discurso de investigación aun cuando, efectivamente, utiliza las mismas herramientas que tienen los hombres, o sea aun cuando sus consideraciones de valores epistémicos son las mismas. 

El discurso de Beard, entonces, se inserta en la cuestión de Fricker ya que pone de manifiesto cómo la distinción de género ha llevado a tener una mala consideración del aporte femenino en el campo de la cultura humana, en especial manera en relación con la ciencia. El hecho de ser X, o sea de ser biológicamente parte de un género, ha sido la causa de un rechazo continuo y casi infinito que, en parte, sigue presente en nuestro mundo (prefiero hablar de mundo y no de sociedad, ya que la cuestión tiene un carácter más grande). Ejemplos actuales de esto son los que encontramos en algunas culturas en las que a las mujeres se les impide estudiar (véase el Oriente Próximo, obviamente no todo) por el simple hecho de querer que funcionen en cuanto elementos confinados a los muros de la casa, con el solo objetivo de servir a sus maridos (o a todo miembro masculino de la familia y/o de la sociedad). Las mujeres, según las reglas de este discurso, no tendrían bastante inteligencia como para aprender en las escuelas, además de no tener sentido su educación ya que no serviría para su futuro. Un círculo vicioso del que parece imposible salir.

Hay que notar, entonces, que el rechazo de las aportaciones de otras personas por cuestiones de género, de sexo o de etnia introducen un elemento de desfase en el buen desarrollo de, en nuestro caso, la ciencia. Efectivamente, como subraya Fricker, la cuestión es que desde un punto de vista epistemológico no habría diferencia sustancial entre un científico (testimonio) masculino y uno femenino, ya que el elemento fundamental es la capacidad de seguir las “reglas del juego”, o sea de investigar según las reglas de la investigación misma. Sin embargo, la cuestión tiene también un carácter social más profundo, ya que, siempre según Fricker y también Beard, el problema va a situarse en aquella esfera psicológica que da a luz consecuencias cuantificables.

El hecho de no darles la posibilidad de hablar a las mujeres en determinados contextos discursivos es de hecho el primer paso hacia el nacimiento de una constricción silenciosa. Si X es parte del conjunto 1, y si a X se le impide participar en el discurso α, una posible consecuencia es que todos los elementos del conjunto 1 pensarán que sería inútil participar en el discurso, y por esta razón cualquier aportación suya in nuce quedará fuera de cualquier posible concreción, de cualquier tipo de diálogo: rechazar a una persona por cuestiones de género, sexo o etnia implica el rechazo no solo del individuo, sino de todos los miembros de su clase. El resultado es, obviamente, un déficit en el número de aportes, en el número de estudios, en el número de ideas e/o interpretaciones que se puedan dar de un determinado fenómeno en el marco de las reglas, del conjunto de valores epsitémicos, o sea una falta general en lo que al conocimiento se refiere.

Desde este punto de vista la figura de Mary Anning resulta emblemática. Anning tenía profundos conocimientos sobre los fósiles, no solo por cuestiones directas (la presencia física de los fósiles), sino también de carácter académico, investigativo (ella estudiaba los fósiles, intentaba darles una lectura científica). Los científicos de la época (siglo XIX) la contactaban para discutir con ella, para tener una visión más correcta de sus ideas, hipótesis o teorías; sin embargo, Anning fue un elemento exterior, una no-persona, un miembro sin posibilidad de existencia en lo que al mundo académico se refiere. Si bien su ayuda fue fundamental, o tan solo pudo ayudar a tener una visión más clara de las hipótesis que se venían construyendo sobre los fósiles, a ella le fue impedido comparecer como investigadora, tan solo como amateur. Su aportación fue real, pero siempre se la dejó fuera del marco de “la institución”, de lo “académico”, y así el resultado fue que cualquier otra mujer no pudo tener como modelo a Mary Anning. 

Este rechazo quizás se debiera a su ser mujer en una sociedad en la que las mujeres normalmente no podían participar directamente en la transmisión del saber, así como en su estudio, en su análisis. El rol de la mujer había sido decidido a priori, lo cual implicaba la imposibilidad de contrarrestar las limitaciones debidas al género. Los valores no epistémicos en el marco de la investigación científica del siglo XIX conllevaban una carencia sistémica en relación con el conocimiento ya que impedir a la mujer su estatus de científica o su rol de actriz en el marco del discurso científico significaba no permitir a otros seres humanos contribuir a la investigación. Y esto, como acabamos de ver, por cuestiones absoluta y completamente a-científicas (no está demostrado que las mujeres no tienen las mismas capacidades que los hombres para hacer ciencia), lo cual, durante mucho tiempo, llevó a un resultado más terrible: como explica Fricker, el hecho de rechazar el testimonio de una persona solo por cuestiones de género provoca que todas las personas de aquel género (pero podría ser etnia, idioma, etc.) vean como algo inútil el hecho de intentar participar en el discurso. 

Otro ejemplo histórico, desde este punto de vista más violento, es la figura de Hipatia, quien fue asesinada no solo por ser una mujer libre, sino, sobre todo, por ser la demostración, ante los cristianos de aquella época, de que era posible seguir el camino hacia la verdad también fuera del marco de la fe en un único dios. El fanatismo nos enseña, entonces, que la investigación científica puede ser objeto de escrutinio por parte de miembros de la comunidad, quienes utilizan valores no espistémicos negativos para imponer su propia visión del mundo y de la sociedad (una hegemonía cultural que impide la libre investigación). 

¿Puede hablar, entonces, el subalterno? La pregunta, en este caso, tiene una respuesta positiva, mientras se sigan las reglas del juego, o sea mientras a toda persona le sea permitido participar en el discurso sin tener en cuenta el género, el sexo, la etnia o tan solo la edad. Los casos de Anning y de Hipatia, efectivamente, dentro del contexto crítico de Fricker y Beard, nos muestran la necesidad de no dejar que elementos negativos se apoderen de lo que es una de las muestra más grandes que tenemos del valor de la democracia, o sea la libertad de asumir un rol en la investigación científica. 


p.s. : la imagen es de Darryl Cunningham (link)

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