06. Historia de la Ciencia en Europa_Tarea final

 


Es difícil hablar del concepto de ética en relación con la ciencia. Normalmente se supone que el científico tiene dos vertientes, en este ámbito: la primera es la ética del trabajo, la que, entre varias cosas, nos lleva a pensar que el objetivo no es ser los primeros descubridores, sino ayudar a que el conocimiento se expanda. Cuestiones de este tipo son las que, éticamente, llevaron a que Darwin pudiera publicar su obra antes de Wallace, o, usando un caso negativo, a que Newton luchara con Leinbniz como solo una prima donna saber hacer (o primo uomo, no es cuestión de machismo). Otra cuestión es la que instaura una relación con el mundo que rodea a los científicos: en este caso, el concepto de ética se refiere al hecho de intentar no provocar ningún tipo de daño a las personas. El daño, de por sí, puede ser físico o psicológico, por supuesto, sin embargo puede referirse a una o más personas, hasta no solo el concepto de muchedumbre y masa, sino de humanidad en su triste totalidad. 

Ideas de este tipo, de la ética en cuanto punto de partida para un discurso sobre la relación ciencia y sociedad, responden a una duda (quizás miedo sea una palabra mejor) más que natural: ¿hasta dónde es lícito proceder en la investigación científica? Las descubierta que los científico traen a la sociedad, ¿cuándo se convierten en peligros? Efectivamente, si la ciencia forma parte del legado cultural de la metáfora de Prometeo, verdad es que el fuego mismo ha sido usado en nuestra historia tanto para ayudar como para matar, directa e indirectamente (el fuego para quemar a las brujas, el fuego para calentar el hierro y crear espadas). La ética, entonces, sería aquel elemento que impediría al científico ir más allá, para que, poniéndose dudas sobre su trabajo, logre captar aquella frontera que no hay que cruzar y así no dejar que sus descubiertas lleven al fracaso de la humanidad (de toda o tan solo de una parte). 

Desde este punto de vista, el concepto parecería simple y claro, y seguiría la idea de Kant (el hombre no es un medio, es un fin). Sin embargo, la cuestión es más problemática. El caso de Fritz Jakob Haber es emblemático: su importancia (mejor sería, quizás, poner esta palabra entre comillas) en la segunda guerra mundial fue la de ser uno de los primeros en desarrollar las armas con gases tóxicos. El estrago de soldados (inocentes sería un adjetivo correcto) en los campos y en las trincheras suponía no una muerte sin dolor, sino una de tipo inhumano. No hay justificación desde el punto de vista de la raza humana, ya que lo que Haber hizo se tradujo en una matanza que llevaría a ulteriores (o sea, a usar cada vez más gases). Sin embargo, desde un punto de vista “personal”, es probable que Haber pensara que estaba haciendo una acción correcta, o sea ayudar a su patria para que la guerra terminara (con su victoria, por supuesto). Si de ética se habla, entonces, Haber sí la tenía ya que ponía su nación como punto más alto de su deber en cuanto ciudadano; de todas formas, si su mujer se suicidó es probable que parte de la motivación de este gesto se situara en el hecho de que los soldados (inocentes, repetimos) enemigos habían caído entre los brazos de una muerte atroz.     


Hay que pensar, trasladándonos un poco más allá en los años, en el Manhattan Project. Efectivamente, la cuestión de la ética formó parte de los pensamientos de los científicos que trabajaron en la bomba atómica. Cuando Oppenheimer abrió sus labios y movió la lengua contra sus dientes para decir “now I am become death, the destroyer of worlds”, se supone que el concepto se insertaba en el discurso de la ética del científico. ¿Era necesario construir la bomba atómica? Por supuesto, ya que los alemanes lo estaban intentando hacer. Era una cuestión de orden moral, se podría decir, ya que era necesario encontrar la manera de poner fin al imperio nazi (sin olvidar a los fascistas italianos, otro momento horrible de la historia de la humanidad) y, al mismo tiempo, mostrar un arma cuya sola presencia permitiría no tener que enviar a otros soldados al frente. Sin embargo, ¿hasta qué punto era necesaria esta bomba? 

El espectro de Hiroshima y de Nagasaki forma parte no solo de la historia de la humanidad, sino que pone de manifiesto el deber moral y ético de la ciencia, así como sus peligros. Resulta muy difícil pensar que los científicos del Manhattan Project no tuvieran idea de lo que estaban haciendo. No, obviamente, desde un punto de vista científico, o sea de experimentación e investigación, sino pragmático: ¿qué pensaban que haría el ser humano con una potencia de aquella dimensión? ¿Acaso la idea era construir la bomba para después no usarla nunca, como si de un simple objeto de disuasión tuviera que tratarse? Es imposible pensar que ninguno de ellos pudiera haber pensado que se llegaría a usar la bomba o tan solo que esta posibilidad no formara parte de las plausibles. La ética, desde este punto de vista, se entremezclaba con otro problema.

Efectivamente, la cuestión era la de destruir la amenaza nazi. ¿Era el caso, entonces, particular? ¿Podía ser definido como diferente, como excepción de una regla ética teórica? Hablar de “si hubiera habido, entonces habría pasado” es un juego que puede funcionar el las ucronias, pero poco en la realidad. Hay que controlar los datos, evaluar las condiciones de los contextos históricos, sociales, culturales. La guerra mundial era algo real, así como el nacionalsocialismo y el fascismo. En los lager los judíos (y no solo) eran seleccionados según teorías (¿psuedo?) científicas, y si de raza se hablaba, todo esto tenía una lectura también de carácter (¡pseudo!) científico. La ética del Manhattan Project y la creación de la bomba atómica, que muchos problemas daría en los años siguientes, con el imperio soviético y los problemas de las democracias y de las dictaduras (problemas que hoy en día seguimos teniendo), no puede resumirse en un “fue mala”; no se puede hablar simplemente de error o, peor aún, de falta de humanidad, como sí en el caso de Haber.


El hecho de que Oppenheimer se negara a seguir trabajando en las armas, después del horror de la masacre japonesa, ¿qué implica? Otros sí lo hicieron, y efectivamente no fueron un número reducido los que ayudaron a desarrollar nuevos arsenales. ¿Cuál era su punto de vista? ¿O nosotros, o los soviéticos? Dar una respuesta clara sería un intento no muy fácil. Todo lo contrario, sería algo difícil, complicado. A todos nos gustaría vivir en un mundo en paz (¿de verdad que a todos?), pero cada uno tiene su idea de paz, y los que hoy en día prohíben a las mujeres que vayan a la universidad (peor aún, simplemente que aprendan a leer) tienen su idea de cómo tendría que ser un mundo sin guerras. Los científicos, en cuanto seres humanos, forman parte de un discurso cultural, político, social, con unos fuertes tintes históricos que los llevan a cuestionar (a veces) lo que están haciendo y a elegir su camino.

Hay que dar una respuesta. Para Haber, la creación de gases mortíferos no era un problema ético; todo lo contrario, era algo que resultaba parte de las necesidades (a) de la guerra y (b) de la victoria de la cultura alemana. Para los científicos del Manhattan Project la bomba atómica era algo ético ya que (a) el imperio de los nazis y de los fascistas no podía ganar la guerra y (b) resultaba necesario llegar a un resultado antes de que lo hicieran los científicos alemanes (cuánto cerca de la bomba atómica llegaron estos últimos no es una cuestión que pueda cambiar el valor de lo que se estaba haciendo en los EUA). La cuestión de la ética en la ciencia, entonces, resulta parte no tanto de la ciencia en sí, ya que esta solo es una modalidad de exploración de la naturaleza, sino del ser humano. No es la ciencia que produce cuestiones éticas, sino la ética que se introduce en la ciencia en cuanto parte de las estructuras culturales humanas. 

Efectivamente, la ética de los dos ejemplos aquí presentados (mejor, un ejemplo de no ética, y otro de ética borderline) nos lleva a considerar la ciencia como elemento que no tiene ni un carácter de bondad ni uno de maldad. Depende de quién la practique y de qué fines se usen. La culpa, por ejemplo, no fue de Nobel si su invento fue usado para acciones sangrientas. Es una cuestión quizás biológica, metafóricamente, la que se instaura entre lo ético y lo científico: todo forma parte del ser humano, de sus costumbres, de sus pensamientos. Oppenheimer se había convertido en la muerte, y no pudo dormir, mientras años atrás, Haber, a lo mejor lograba cerrar los ojos cuando dejaba que su cuerpo se posara sobre la cama (a su derecha, allí donde solía dormir su mujer, se encontraba lo que le espera a cada persona: la nada).

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