06. Historia de la Ciencia en Europa_Tarea 2


La ciencia y las decisiones lógicas, racionales, forman parte de un discurso que podemos definir como el conjunto de interacciones sociales típicas de una cultura. En otras palabras, estamos antes textos (aquí se entiende la palabra como una estructura de informaciones) que se pueden leer, interpretar y analizar gracias a un lenguaje común, un lenguaje que es la forma de comunicación dentro del discurso “sociedad” y “cultura”. Para que se pueda introducir un elemento nuevo, entonces, hay que (I) proponerlo a través del lenguaje común y (II) adaptarlo, si necesario, al discurso social/cultural vigente. En otras palabras, en el caso del calendario revolucionario tenemos un concepto exprimido en francés y de fácil lectura, e insertado en el contexto de “la revolución”; es posible aceptar, entonces, este nuevo calendario solo si formamos parte del conjunto social que permite su interpretación – la propuesta encuentra su raison d’etre en el hecho de ser el producto de un cambio social aceptado por el conjunto de los actores implicados (los ciudadanos). 

Una visión de este tipo funciona entonces en cuanto microcosmos: el elemento X cobra valor si utilizado en el interior del discurso del que forma parte (y del que es producto). El problema se sitúa  en dos cuestiones más grandes: el concepto de hábito y el concepto de interrelaciones con otras culturas. En el primer caso, el problema del calendario revolucionario se sitúa en lo que se define el momento de adaptación entre los hábitos pasados (el calendario anterior) y los nuevos (el calendario de la revolución); se trata de un momento crítico que pone de manifiesto como todavía es posible rechazar el nuevo elemento, y que necesita por esto un uso correcto y continuo para que logre ser recibido e interiorizado por la población. Si de problemas se habla, entonces, en este caso se trata fundamentalmente de la necesidad de una adaptación y de un control de que todo funcione perfectamente.

La segunda motivación sea quizás la que efectivamente llevó a que el calendario fracasara. Exactamente como, en la escala del microcosmos francés, se pidió el metro (y sus derivados) para que todos pudieran comunicarse sin problemas, así el el caso del calendario era necesaria una comunicación no delimitada. En otras palabras, el microcosmos francés no podía funcionar con su calendario revolucionario ya que el estado y sus ciudadanos tenían que comunicarse con el mundo exterior, que usaba un calendario diferente; por esta razón, de carácter pragmático y geográfico (Francia se sitúa en el centro de Europa), el calendario francés de la revolución no podía sino fracasar ya que impedía un contacto directo y una comunicación veloz con el resto del mundo, o, por lo menos, con el contexto social, cultural y, sobre todo, de los negocios. Si el calendario hubiera continuado a ser utilizado por la población francesa, eso habría causado la segregación de Francia en el contexto europeo, ya que hubiera impedido “hablar la misma lengua” y hubiera creado lo que podríamos llamar el “gueto Francia”.

Efectivamente, el uso del calendario francés en la coyuntura temporal de la Europa entre los siglos XVIII y XIX no permitía un uso simple: en las relaciones con el mundo exterior era necesario no solo un cálculo temporal, sino también una traducción lingüística más profunda. Para hacer un ejemplo moderno, si es verdad que entre España y los EUA hay una diferencia en el calendario, de todas formas esto no impide la comunicación ya que en ambos países la subdivisión temporal es la misma. Hacia la mitad del XVIII, decidir qué día, qué mes y qué año era en Madrid y en NY a la misma hora de un mismo momento implicaba solo un cálculo bastante sencillo, mientras que, en el caso del calendario revolucionario, esto significaba cálculos más refinados (por ejemplo, el uno vendémiaire era el 22 de septiembre, lo cual significa una falta de correspondencia entre días y meses); todo esto requería tiempo y provocaba en los franceses la dificultad de una crisis entre el sistema antiguo (al que estaban habituados y que era usado en el resto de Europa) y el sistema nuevo. En otras palabras, el calendario creaba complicaciones sociales, en vez de disminuirlas. La única posibilidad para que el calendario revolucionario ganara habría sido su empleo no solo en Francia, sino también en el resto de Europa, para que todos se conformaran. 

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