05. Historia de la Ciencia en Oriente_Tarea 4


“¿Por qué no emergió la ciencia moderna en China y por qué no hubo algo así como una Revolución Científica en China?” (Needham)


Para empezar un análisis de la pregunta de Needham, hay que subrayar el hecho de que esta supone la presencia de la ciencia en China. En otras palabras, el problema no se sitúa en la “no presencia” del conjunto de conocimientos que definimos científicos, sino que se nos pone como problema el hecho de no haber China logrado llegar a un punto tal en su historia capaz de abrir paso a lo que definimos como “ciencia moderna” y “revolución científica”. No es, entonces, una cuestión de si existió un determinado elemento, sino de por cuál razón no fue posible alcanzar unos niveles de desarrollo similares a los de Europa, sobre todo si tenemos en cuenta que desde un punto de vista de conocimientos y de técnica China se encontraba en un nivel bastante avanzado. 

Se trata, entonces, de examinar la cuestión partiendo, en el caso de este artículo, de la idea según la cual la ciencia no es un ámbito apolítico, acultural y distanciado de la sociedad, o sea un área del conocimiento humano que está separada de lo exterior (sea lo que sea) y que se apoya en sus mismas bases creando un ambiente de desarrollo de carácter interno, autosuficiente e sumergido en un discurso monológico que no permite un diálogo con el mundo, con el “otro”. Todo lo contrario: la ciencia es también parte de la totalidad del mundo humano y necesita un intercambio de información con la sociedad misma, ya que, más allá de una simple (y a veces incorrecta) dicotomía, el valor de la ciencia se instaura en una variación fluida de funciones pasivas y activas, o, en palabras más llanas, en el hecho de moldear y ser moldeada por los otros actores sociales y culturales que forman parte del conjunto global de la “cultura” de determinados elementos (con elementos nos referimos aquí a diferentes categorías, como puede ser la nación, el continente, o tan solo las subcategorías como el bienestar físico, la relación con las catástrofes naturales, etc.).

En el caso de China, ya sabemos que, si nos referimos a la famosa cita de Francis Bacon (quien no sabía que estaba hablando del reino asiático), no se trataba solo de una cuestión de cantidad (el número de descubiertas, de análisis, de libros, etc.) sino sobre todo de calidad. Los tres inventos del que habla el filósofo (o científico) británico eran tales que, como se afirma, habían logrado cambiar el rumbo del mundo en lo que a la capacidad del ser humano de relacionarse con la naturaleza se refiería. El papel, por ejemplo, unido con las máquinas para imprimir, es un invento que no solo sigue vigente en nuestra sociedad, sino que ha cambiado totalmente nuestra relación con el concepto de “conocimiento” y de transmisión de este; si bien hoy en día estamos ante un cambio epocal en lo que a esta transmisión se refiere (la tecnología nos permite usar herramientas como ordenadores, tabletas y lectores e-reader), no podemos olvidar que es a la introducción del papel que se debe en Europa y en las Américas la expansión de la alfabetización de los últimos siglos, una expansión que, obviamente, depende también de factores políticos y sociales.

Y, de hecho, de política y sociedad hay que hablar, ya que la ciencia China se sitúa en un contexto preciso, así como la ciencia Europea. Notamos, por ejemplo, que la primera gran diferencia podría ser el aspecto político : por una lado una serie de estados de diferentes tipos que tienen que interactuar entre sí, por el otro un poder centralizado que administra en una forma fundamentalmente top-down y en la que la estructura del poder es tal que muchas veces demasiada importancia se da en “hacer lo que le gusta a quien está en una posición superior”, lo cual podría bloquear el carácter inventivo y de fantasía de una persona. No se entiende decir, con esto, que China fue un estado inmóvil (sobre todo si analizamos los cambios temporales, ya que hablar de China significa hablar de dinastías diferentes), sino que el carácter típico de la “empresa singular” no logró (ni quizás logre hacerlo todavía hoy en día en la China comunista) afirmarse plenamente.


Esto nos lleva a formular la siguiente hipótesis: el desarrollo de la ciencia en China se vio limitado por cuestiones de coyunturas sociales y políticas negativas. Mientras que en Europa la situación social era tal que permitía el estudio de la ciencia en relación con la necesidad de utilizarla según fines prácticos (algunos dirían también “capitalistas” o “proto-capitalistas”), estos fines se veían reducidos en China. Un ejemplo típico puede ser el uso de la fuerza motor y de la fuerza humana: la presencia de una tal muchedumbre capaz de llevar a cabo pesados trabajos en los campos podría implicar una falta de interés por aquellos inventos que podrían llevar a bajar la necesidad de la presencia del ser humano en los campos mismos. Obviamente, todo esto no funciona en una situación “a-cultural”, fuera de la sociedad, sino que es parte de un conjunto más grande en el cual los diferentes mecanismos aportan su valor, que puede ser mayor o menor en forma dinámica (o sea que puede variar según las coyunturas presentes).

Se abre así otro punto de análisis: la cultura China y la cultura Europea, efectivamente, parten de pre-concepciones diferentes y se relacionan con la naturaleza según patrones de interpretación disímiles. La visión europea sitúa el mundo exterior como elemento a explotar y a explorar, mientras que en la visión china se sugiere una lectura más interdependiente, en la que lo exterior y lo interior, lo humano y lo natural, forman parte de un unicum en el cual se vislumbran similitudes entre lo que pasa en la naturaleza y lo que pasa en el ser humano; no se entiende aquí solo la cuestión del cuerpo (piénsese en la medicina), sino también en lo que a las creaciones culturales se refiere, como puede ser el acto mismo de administrar un reino/imperio/gobierno y el concepto mismo de armonía. Y, efectivamente, esta “armonía” es fundamental para la visión china, mientras que no está presente en la europea (por lo menos no en cuanto elemento fundamental).

El concepto mismo de sociedad y de independencia podría haber tenido su importancia. De hecho, la concepción china instaura una conexión de dependencia entre el ciudadano y la sociedad: el grupo resulta ser más importante que el individuo. Sin embargo, en el caso europeo, sobre todo después de la era medieval y del nacimiento del pensamiento moderno con el humanismo italiano, se dio mucha importancia al concepto de independencia de la persona ante el conjunto de la sociedad, si bien en diversas maneras (no hay que olvidar que la “independencia” tenía que conformarse con algunos requerimientos sociales, como el no dejarse llevar por ideas heréticas). 

Otro punto interesante se insertaría en la división interna del mundo europeo. El concepto de competición fue tal porque se basaba en el hecho de estar Europa dividida en diferentes naciones. Lo mismo no pasaba con China, cuya esplendorosa unión política podría haber disminuido el carácter, ya de por sí quizás poco presente, de la competencia entre los diferentes científicos. Hay que notar, de todas formas, que este carácter de competencia en Europa suponía también otros elementos fundamentales: los científicos se sentían parte de una “supra-nación”, o sea que creaban entre ellos una serie de relaciones capaces de deshacerse de las fronteras políticas, y, además, podían llegar a una situación de estímulo mutuo gracias al hecho de compartir ideas similares y visiones (pre-conceptos) diferentes, todo esto por el hecho de provenir de culturas en parte diferentes. 

Otros tipos de explicaciones son las que nos presentan Yingqiu Liu y Chunjiang Liu (link): para ellos la cuestión se basa en la estructura de carácter pseudo-feudal de la sociedad China. El estudioso Justin Lin (link) supone, desde su punto de vista, que la cuestión remonta a la falta del cambio de la experiencia al experimento, algo debido también a cuestiones del tamaño de la población. Se trata, como podemos ver, de cuestiones que subrayan otra vez la idea según la cual la “ciencia” no está aislada de la sociedad, sino que depende directa e indirectamente de ella, ya que se crea y se modifica en ella así como la crea y la modifica.


La pregunta que se nos abre delante de nuestros ojos, después de este pequeño recorrido, es si efectivamente se puede hablar de una causa o si no sería mejor emplear el plural y referirnos a “causas”. Es posible pensar, entonces, que la búsqueda de un solo elemento, una especie de santo Grial, no nos permitiría tener una visión correcta; aun si esta copa existiera, esto no impediría que en su análisis no nos diéramos cuenta de que, efectivamente, si bien la causa es una sola, para su existencia concurrieron diferentes otras causas precedentes. Lo que sí podemos decir, para presentar un comentario final, es que es posible hablar, quizás, de superioridad científica y/o técnica, la cual, al mismo tiempo, no se transforma en un elemento prohibido. El hecho de que Europa y América hayan producido cambios culturales y sociales gracias a la ciencia, y que su cultura y su sociedad hayan mutuamente influido en la ciencia misma, no implica que la ciencia tenga que seguir desarrollándose en el mundo occidental sino que, si tomamos un punto de vista racional, en el juego de los intercambios culturales, nada impide que los nuevos Einstein puedan nacer, crecer y estudiar también en aquellas culturas que se deshacen de las limitaciones nacionales (por supuesto también los estados occidentales tienen esta mala costumbre) y que abrazan el espíritu de la humanidad en cuanto especie única y global.  

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