02. El Universo a grandes rasgos_Tarea 2

 Paseando por el campo de la casa en la que habito, me doy cuenta de que, según los puntos de vista, podría ser un moderno Gulliver ante los minúsculos habitantes de Liliput o ante los majestuosos ciudadanos de Brobdingnag. Cuando levantamos los ojos al cielo, ¿qué somos? Ante lo infinito (o casi) de las estrellas que iluminan la oscuridad del universo, ¿acaso al acercarnos a las dimensiones que nos separan de ellas nos convertimos en aquel hombre de Flatland quien casi no podía darse cuenta de que existía algo diferente de su realidad?

Las dimensiones, en su ser infinitamente grandes o infinitamente pequeñas, se insertan en el discurso de aquel filosofo inglés, Burke, quien encontró la manera de definir el concepto de sublime. Nos dejan boquiabiertos, incapaces de calcular exactamente lo que representan, derrumbando nuestras visiones (relativas) de lo que significa grande y pequeño según nuestro punto de vista. Los majestuosos rascacielos de Nueva York, por ejemplo, ¿no desaparecen, al fin y al cabo, ante la distancia que nos separa de la Luna? 

Yo vivo en una granja. No sabría decir cuántos años tiene. Las partes nuevas entre los cincuenta y los sesenta años, mientras que el edificio original, de un solo piso, podría llegar hasta el siglo XVI o mucho más atrás. Cuestión de dimensiones temporales, con las que, efectivamente, tenemos muchas veces las misma dificultades que con las espaciales. Si camino hacia el arroyo, encuentro, a mi derecha, un prado muy grande, él con el que hemos empezado. De este prado solo tomo en consideración un espacio de 10x10 metros, un pequeño cuadrado al que llamo “el sol”. Para hablar de nuestro planeta, la tierra, habría que dividirlo en 100 partes. 100 pequeños trocitos, 100 pequeñas tierras.  Si cada tierra la dividiera en 4 trocitos, tendría la luna. Si cada luna se cortara en 3 partes, tendríamos entre nuestras manos Italia, en la que me encuentro. Si esta Italia la dividiera en casi un millón de trocitos, estaría ante mi sobrina, quien mide poco más de 1 metro y algo. 

Pero, hay más. Si tuviera una campo grande diez veces el mío (10x10x10) tendría uno del tamaño de Spica, otra estrella que se encuentra en nuestro cielo. Si tuviera 63 campos de 10x10, tendría a Aldebaran, un planeta que es casi 5’000 veces más grande que la tierra. Y, ¿si creara un campo largo y estrecho? ¿Si este campo fuera una larga línea hecha de 150 campos originales? Esta sería la distancia entre nuestra tierra y nuestro sol. Sería, efectivamente, la distancia entre mi casa y la estación de tren de mi pueblo.   

Vamos a controlar otra vez: mi campo es el sol, si lo corto en 100 partes y cogiera una, esta sería nuestro planeta (grande, más o menos, como un gatito). Si cortara este trozo en tres partes iguales, sería la luna. Si cortara la luna en tres otros trocitos, tendría a Italia, donde vivo. Si cortara esta parte un millón de veces, tendría a mi sobrina (grande menos que una de las hormigas que caminan entre la yerba, o sea 0,000001167 kilómetros, o sea un milímetro más o menos, o sea, yendo más allá con los ejemplos, un grano de arena), quien me está mirando desde su ventana mientras mido el campo con mis pasos. Y, si multiplicara el campo, tendría otras estrellas más grandes, así como, distribuyéndolo en una línea, podría ver ante mis ojos la distancia que nos separa del sol, la que hay entre mi casa y la estación. Y, en esta distancia que nos separa, podríamos dejarnos llevar por aquella sensación sublime que nos hacer preguntar cuántas personas, más pequeñas que hormigas, se necesitarían para cubrir todo el trayecto.

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