01. Epistemología y cultura científica_Tarea 4b


Incremento de la cultura científica entendida como alfabetización = incremento de la actitud positiva hacia la ciencia 

 Actitud negativa hacia la ciencia = falta de cultura científica entendida como ignorancia. 

 En lo que la alfabetización se refiere, el concepto de por sí no puede desarrollarse simple y llanamente hacia una definición muy clara. ¿Qué es, efectivamente, esta alfabetización? ¿Desde qué punto de vista podemos hablar de lo que serían los conocimientos básicos? En otras palabras, para que haya una alfabetización se supone (1) que se sepa lo de que se está hablando y se hayan categorizado los elementos necesarios distanciándolos de los innecesarios, y (2) que se conozca el tipo de público al que nos dirigimos para así saber qué estrategias utilizar además de dónde proceder con la susodicha alfabetización. 
Si de darles a los ciudadanos un núcleo de elementos cognoscitivos se trata, el punto principal en el caso de la cultura científica sería fundamentalmente definir con exactitud cuáles son los principios didácticos sobre los que nos basamos y qué datos ofrecer a través de ellos. Definir “cultura científica” entonces no basta, ya que la definición, también la más clara, resultaría lo bastante general en relación con los elementos a ofrecer: si de biología hablamos, por ejemplo, ¿hasta qué punto podemos decir que la alfabetización ha tenido lugar, o sea un punto superado el cual ya entramos en el ámbito de la especialización? 
 Problemas de este tipo requieren por parte de los científicos un control profundo de su(s) materia(s) para que se establezca un discurso en el cual los participantes ya saben lo qué tienen que aprender para empezar un diálogo positivo. Y, obviamente, es por esta razón que hay que analizar la cuestión de la alfabetización y de los analfabetos de la ciencia también desde un punto de vista pedagógico, ya que el resultado al que queremos llegar tiene como objetivo una superación de la dicotomía “los que saben” (científicos) y “los que no saben” (los no científicos), como si de dos grupos cerrados y mutuamente ininteligibles se tratara. 
En lo que a la dos preguntas de arriba hay que referirse, con este comentario personal intentaré explicar mi posición ya que, si una respuesta simple y clara podría ser “ambas proposiciones son verdaderas”, algo más hay que decir en relación con el tema. 
 Empezando con el incremento positivo, el juego estaría en el hecho de tener (1) las herramientas léxicas con las que poder descifrar el discurso científico así como (2) los conocimientos básicos generales (conceptos más amplios que la simple palabra específica, como puede ser la relación entre “evolución” y “teoría de la evolución”) que ayudan a posicionarse en el contexto “ciencia”. Cuanto más se sabe, teóricamente, mejor va a ser la posibilidad de entender el texto científico que se nos presenta (“texto” se usa aquí en su función lingüística más profunda, en el sentido de que todo es un texto). 
El acercamiento al mundo de la ciencia, gracias al proceso de alfabetización, supondría entonces la capacidad de captar también los diferentes matices que se insertan en el entramado discursivo de cada propuesta o discusión de carácter científico, lo cual se traduce en una participación más simple, veloz, concreta y menos pesada. Si esto ya no fuera bastante, el proceso de alfabetización permite además poder entablar un discurso sin el auxilio de mediadores externos ya que estaríamos hablando “el mismo idioma” (no solo léxico sino también, repetimos, cultural, histórico y pragmático). 
La cuestión de tener una opinión sobre la ciencia de tipo positivo o negativo según los conocimientos que se tengan de ella supone, obviamente, una reflexión sobre el valor del estudio y de la susodicha práctica de desciframiento. Si sabemos de qué se está hablando, el resultado tiene que ser objetivamente diferente del hecho de no lograr captar el sentido global del texto que nos estarían presentando. Se trataría, entonces, si hablamos de analfabetismo, no tanto de una actitud negativa de por sí, debida a una falta de comunicación, sino sobre todo de una respuesta psicológica con la que se intenta preservar y salvar nuestro mismo “yo”. E n otras palabras, si no logro entender el problema no es mío, sino que se debe a quien me habla (quien, quizás, estaría intentando engañarme con palabras desconocidas). 
Esta falta de reconocimiento de nuestros propios defectos se transforma, así, en una voluntad de rechazo ante lo que no se deja entender, exactamente como si, ante la imposibilidad de captar el sentido real de las proposiciones, el juego estaría en que algo se esconde para engañarnos. 
Elementos de carácter diálogico en cualquier contexto discursivo requieren unas claves de acceso precisas, sin las cuales, obviamente, se impide la comunicación. Si, por otra parte, esta comunicación se activa, lo que se abre es la capacidad de exhibir un juicio racional y lógico (por lo menos, así se supone) sobre la cuestión. Un ejemplo muy sencillo puede ser, en este momento histórico, la aceptación o el rechazo de las vacunas; aquí vemos que normalmente los que las aceptan tienen una visión positiva de la ciencia, mientras que los que las rechazan tiene un visión más bien negativa (por lo menos en contra de las supuestas conspiraciones de big pharma). 
Es interesante, entonces, controlar qué tipos de personas son las que vemos en este ejemplo. ¿Es verdad, efectivamente, que los que están en contra de las vacunas son todos anti-científicos? Desde un punto de vista personal diría que en realidad los anti-vacunas se sitúan en un área que podríamos llamar de pseudo-ciencia. No se trataría de personas que están en contra de la ciencia, sino de estar en contra de la ciencia oficial o, usando una palabra más acertada, mainstream
Se nota aquí, entonces, que el problema es la susodicha falta de conocimientos reales, correctos, con los que poder entablar no solo un discurso sino, sobre todo, un análisis de las cuestiones (las vacunas) sobre las que se podrían tener dudas. El concepto negativo de ignorancia, por esta razón, no estaría subrayando cierta incapacidad congénita en relación con la capacidad de razonar, sino la no presencia de elementos que nos permiten descifrar el texto que se nos presenta. 
¿Es posible, entonces, afirmar que sólo basta con alfabetizar al público? Si volvemos a los párrafos iniciales de este comentario, lo que se puede notar es que la cuestión es un poco más complicada. La buena actitud hacia la ciencia no se puede basar solo en los conocimientos básicos o, mejor dicho, cuando hablamos de “cultura científica” no podemos referirnos solo a las herramientas interpretativas de la ciencia. Es necesario, de hecho, hablar también de lo que es el método científico, así como estructurar una lectura de la ciencia desde un punto de vista histórico e insertar en el cuadro global aquellos elementos de discusión filosófica que permiten tener una visión más completa (¿compleja?) de lo que la ciencia es. Solo así, abarcando todos los elementos básicos, será posible hablar de una correcta alfabetización.

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