01. Epistemología y cultura científica_Tarea 2

Desde un punto de vista más bien subjetivo, lo cual implica un razonamiento de carácter supuestamente monológico, con el concepto de “ciencia” indico aquel conjunto de herramientas formales, reproducibles, repetibles y confiables que nos llevan a tener una lectura del texto “mundo” (o, quizás más acertadamente, “naturaleza”) de orden supuestamente objetivo. Se trata, en otras palabras, de aquellos elementos discursivos que transforman la recepción de los datos externos (lo que vemos, lo que oímos, lo que percibimos) en una serie de enunciados capaces de darle una estructura neutra a lo que compone la totalidad de la experiencia directa de nuestros sentidos. Esta estructura, así como lo “objetivo” de arriba, revelaría además una voluntad de carácter abierto en lo que a su uso se refiere: la ciencia no es simplemente un conjunto de ideas, sino que se trata de enunciados al que todos podemos dirigirnos y que nos permiten acceder a ellos según el tipo de conocimiento lingüísticos que tengamos.
 Esta cuestión lingüística se refiere, obviamente, al hecho de tener la ciencia sus mismas estrategias de lectura, o sea un conjunto sintáctico y léxica que pone en marcha una situación de necesidad interpretativa ante los textos que se producen. En otras palabras, la ciencia es también un mundo al que hay que acercarse antes que nada a través de su mismo lenguaje, lo cual implica una serie de elementos con los cuales es posible no solo leer e interpretar el mundo (buscando la ya mencionada objetividad y reproducibilidad), sino también intercambiar nociones y nuevas propuestas entre los diferentes participantes. 
En lo que a esta última palabra se refiere, el concepto mismo de “participar” impone una voluntad de abertura completa ante los que logran “jugar según las reglas”, lo cual se traduce en la absoluta democracia que se inserta en la visión discursiva de los que forman parte de esta área del conocimiento humano. En otras palabras, la ciencia no impide a nadie una libre participación mientras se sigan las líneas generales, o sea el uso de un lenguaje común (si esto no pasara, la comunicación resultaría imposible) y la obediencia a una metodología que intenta ser objetiva. Esta visión democrática permite entonces la participación en el discurso sin tener en cuenta ni la edad, el género o el factor étnico; además, no impide la participación a ningún tipo de minusvalía, física o menos, mientras no provoque un desfase o una imposibilidad total o parcial. 
El elemento democrático y de abertura de la ciencia funciona entonces en tanto posibilidad de actuar en el interior del discurso, acción esta que subraya la imposibilidad por parte de la ciencia de rechazar unas ideas solo por ser propuestas por personas que no forman parte de lo que se denomina la “mayoría” de los representantes. Teorías que nacen de las observaciones de una mujer no pueden ser rechazadas en un contexto universitario, por ejemplo, en el cual el 90% de los científicos son hombres, exactamente como teorías que brotan de las observaciones de un estudiante japonés no pueden ser silenciadas en un contexto escolar en el cual la clase está compuesta por argentinos. Problemas de este tipo, entonces, no tendrían lugar en el área del conocimiento científico. 
Lo que esto implica es también la necesidad por parte de la ciencia (y de los científicos) de no tener límites en lo que a sus investigaciones se refiere. La ciencia no puede permitirse elementos de censura a menos que estos no vayan a crear dolor en los otros, o a menos que no resulte posible otra solución. La implicación de estos elementos son entonces de gran importancia y se dividen en dos grandes conjuntos:
 a) aceptar la investigación y sus resultados también cuando estos podrían causar malestar psicológico
 b) aceptar la investigación y sus resultados en casos extremos solo cuando no haya otra posibilidad, llegando así a mantener vigente la idea según la cual el dolor causado en otros seres resulta autorizado no en una función negativamente maquiavélica de fines y medios, sino en relación con el bien “más grande” y solo si no existe otra posibilidad
 Estos dos elementos quizás sean los que más problemas pueden causar, sobre todo en el contexto social en el que vivimos. Lo que se entiende aquí es que la investigación científica no puede seguir unas “leyes de caridad”, sino intentar darnos unos elementos objetivos, sean estos causa o menos de un malestar psicológico. La verdad es más importante, entonces, que el simple acto de provocar cierto elemento de bienestar mental; por esta razón la ciencia no tendría, supuestamente, límites en lo que a sus investigaciones se refiere. El segundo punto, de todas formas, nos invita a aceptar un carácter de reflexión por parte de quienes trabajan en este ámbito: el dolor que se causa tiene que ser limitado por una serie de consideraciones sobre el elemento “resultado” al que queremos acercarnos. El uso de animales en los laboratorios, por ejemplo está autorizado siempre que el dolor que se les provoque resulte mínimo y no gratúito, y siempre que la acción misma resulte ser la única posibilidad ante la búsqueda de un “bien” superior, como puede ser encontrar una cura para cualquier tipo de enfermedad mortal (la inutilidad del dolor, entonces, es la que impide el uso de animales o seres humanos para descubrir cosas que no tienen ninguna utilidad práctica). 
Como es posible ver, entonces, al hablar de “ciencia” se nos abren unas series de consideraciones que no solo tienen que ver con su definición léxica, sino que nos llevan a tener en consideración elementos sociales, étnicos, democráticos y hasta, obviamente, filosóficos. La ciencia, efectivamente, se estructura en diferentes niveles según sea el punto de vista a través del cual nos acerquemos, lo cual, por ejemplo, puede poner de manifiesto lo democrática que puede ser (todos podemos participar) y su absoluto opuesto (la ciencia no está sujeta a la decisión de la mayoría).

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